Quique Setién, un carámbano en Heliópolis, de Francisco Correal
Quique Setién, que esta semana nos ha visitado como entrenador de la UD Las Palmas, fue jugador profesional entre 1977 y 1996. Una larga carrera que le llevó a jugar en el Racing de Santander, Atlético de Madrid, Logroñés, Racing de Santander y Levante, además de la selección absoluta. En esa larga carrera, de casi 20 años, jugó 6 veces en Heliópolis, con un balance de 1 victoria, 1 empate y 4 derrotas.
En diciembre de 1992, ya con 34 años, se alineó en un Betis-Racing de Segunda División, y fue protagonista del espacio «Marcaje al hombre» del periodista Francisco Correal en las páginas de Diario 16 Andalucía.
Correal nos relata la escasísima aportación de Setién ese partido, en el que se impuso por 1-0 el conjunto bético, y en el que Setién tuvo el empate en sus botas, al lanzar fuera un penalti que tuvo a su favor el conjunto cántabro. Y con su habitual maestría en relacionar fechas, ideas y conceptos Francisco Correal recuerda a Rafael Alberti, que por esos días cumplía 90 años, y que años atrás, tras una final de Copa en El Sardinero escribió la Oda a Platko.
El fútbol, como el amor, no existiría sin la memoria. Es un deporte lleno de códigos, de signos descifrados por millones de personas cada domingo en miles de campos de todo el mundo. Sin este ejercicio decodificador, Quique Setién no sería Quique Setién. Sin la memoria del aficionado, que memoriza ese cuerpo, esos movimientos, esa forma de dialogar con el colegiado o darle al balón de espuela, sería imposible que el futbolista llamado Quique Setién se asociara con la persona llamada Quique Setién.
Si la gente no supiera que Quique Setién era Quique Setién, Quique Setién habría pasado desapercibido en el Benito Villamarín. Nadie habría reparado en él. Mundialista con Rafael Gordillo en México 86, compartió con el del Polígono el ceremonial de los capitanes: la moneda, los saludos de rigor, la fotografía con el trío arbitral, los gestos a sus compañeros para cambiar de portería.
Volvió a hablar con Gordillo segundos antes de que desaprovechara una ocasión de oro para empatar. El guante de seda que leva en el pie le traicionó y falló el penalti que podría haber significado el empate. No estuvo en el partido, ausencia mitigada cuando a los postres reapareció para cabecear con tino pero sin fuerza un servicio del nigeriano Mutiu.
Empleó más energías en sujetarse el brazalete de capitán, que una y otra vez se le bajaba por el antebrazo, que en hilvanar jugadas y distribuir balones. Dicen que el capitán es el último en abandonar el barco. Setién ayer ni siquiera subió a bordo.
Se ganó a pulso un prestigio de estilista del balón: en condiciones favorables, esa virtud es mortal para el adversario. Con el Logroñés realizó el año pasado un partido primoroso en Nervión; cuando las condiciones son adversas, y el Segunda siempre lo serán para un futbolista de sus características, su presencia en el campo es ornamental, superflua, una perita en dulce para un fajador como Roberto Ríos, que lo borró literalmente del campo. La cigarra y la hormiga.
Setién pertenece a esa categoría de los futbolistas cíclicos, que al final de sus trayectorias rinden cuentas con el terruño y vuelven por donde solían, como volvieron Carlos, Abadía, Roberto, el propio Rafael Gordillo. Como en casa no se está en ningún sitio. Y a Setién sólo le faltó ayer salir al campo con las pantuflas, la mecedora y un best seller para evidenciar esta apacible escena montañesa.
Podía haber apretado un poco el acelerador para sumarse al cumpleaños de Rafael Alberti. El poeta portuense inmortalizó en su Oda a Platko una tarde de fútbol en El Sardinero, estadio al que acudió en compañía de su amigo José María de Cossío, paisano de Setién. Alberti ha contado que a Cossío le gustaba el fútbol tanto como los toros, aunque dedicara a la fiesta su monumental Anuario Dinámico de divisas y capotes.
El capitán del Racing fue ayer un carámbano, en las antípodas de ese juego caliente que todavía practica Rafael Gordillo. Los dos están de regreso, finalizando un viaje que cronológicamente dura una generación y media. Los poetas se lo montan mejor. Alberti todavía es internacional en vísperas de cumplir los noventa.