Joaquín Romero Murube
Los Palacios y Villafranca (Sevilla), lunes 18-julio-1904; Sevilla 15-septiembre-1969.
«Esto del fútbol y todo lo que le rodea es algo más de lo que se aparenta y ve. El juego del balón existe en mayoría de los países del mundo.
¿Pero ocupa en las demás naciones el área pasional obsesiva, dentro de los públicos, que ocupa en España?
¿Qué sapiencias realiza el español en su interés y preocupación por el fútbol?
¿Qué desatiende, qué otras materias o actividades desestima o anula?
¿Hasta qué punto el exceso de condescendencia gubernamental y la colaboración desafortunada de la Prensa no hace cundir y fomentar algo que merma, por su insistencia masiva, otros afanes, otras preocupaciones, otros celos más nobles y educativos?
Quizás la explicación de todas estas interrogantes que se hace todo el mundo, con un sentimiento que está entre el pudor de algo y el bochorno de muchas cosas…, quizá la explicación esté en que el español todo lo convierte, por su carácter extremoso, en problema y bandería.
Aquí jugar al balón puede ser en muchos casos un motivo de orden público. Y que hasta un lunático como el que esto escribe aluda al fútbol sin saber una palabra de ello.
La pelota es el único asunto que puede motivar interés para páginas y páginas y más paginas de los periódicos de toda la Península.
¿Pero es que los españoles no saben ni les interesa más que el fútbol? Y tras todo esto, los tinglados económico…
Pero no, no era éste el artículo que se nos pedía. Hoy hay que hablar del Betis. Y lo hacemos gustosamente. Y vamos a razonar por qué, en distintas ocasiones, nos hemos manifestado como simpatizantes de aquel equipo sin que apenas nosotros tengamos mayor frecuencia con sus actuaciones ni con el deporte en general.
Pues sí, por algo que quizá no sea fútbol: nosotros hemos sido béticos por romanticismo.
Una vez, en Madrid, hace tres o cuatro años–mañana fría en Ciudad Lineal–vimos jugar al Real Betis Balompié con el Plus Ultra. Ganamos.
Yo sentí en mi sevillanismo insorbornable una especie de regustillo espiritual especialísimo. Era lógico. Pero luego el Betis perdía siempre.
Perdía en su propio campo, «la senda de los elefantes» es una de las expresiones más densas y filosóficas con que puede haber sido sustuída, alusiva y humorísticamente, la nomenclatura de un paseo.
Pero además de perder por mala suerte, por juego deficiente o por lo que fuera, al Betis Balompié se le intentaba hacer faenas entre los bastidores de la política deportiva…Y los bastidores estaban, a veces, en nuestros mismos predios…¡¡ Ay, la ciudad agria ¡¡
El Real Betis Balompié llegó a formar una inderrocable moral a prueba de derrotas, que nosotros veíamos compaginadas con la quiebra y mala fortuna de otras muchas actividades sevillanas.
Pero en vez de adoptar esa inexplicable renunciación que hemos aplicado, para nuestra desgracia, a tanta adversidades–la de subirnos de hombros en vez de subirnos de corazón–el Betis tras la hecatombe, arremetía todas las con más entusiasmo y más alegría hacia la conquista de su gloria.
Esa línea de conducta sin desaliento, sin tibieza; ese remontar constante de su mala suerte y destino o circunstancias contrarios, es lo que nos redujo en el equipo de Sevilla. Su fe en sí y en los sevillanos que le seguían.
Estas calidades de la afición del Real Betis Balompié, llevadas, como nos decía don Santiago Montoto, a otras parcelas del quehacer, querer, batallar, insistir, porfiar, sufrir, alentar y desvivirse por el logro de las metas más altas…
¿qué ciudad, qué Sevilla no nos hubiera proporcionado y gozaríamos ahora?
Por eso soy bético sin ser mayormente aficionado ni frecuentar apenas los campos del deporte.
Por romanticismo, tesón y sevillanía».
ABC-Sevilla, miércoles 17-diciembre-1958.-Número extraordinario: Bodas de Oro del Real Betis Balompié.