Sabio con zapatones
Hoy juegan en el Villamarín el Real Betis Balompié y el Club Atlético de Madrid, dos clubs que en diversos momentos de la historia futbolística han cruzado sus caminos.
Uno de los grandes protagonistas de este cruce de caminos es Luis Aragonés, quien fue jugador del Betis entre 1961 y 1964 y del Atlético entre 1964 y 1974. Cuando dejó el fútbol en activo pasó a dirigir al Atlético desde el banquillo hasta 1980. Su primer equipo después fue el Betis al que dirigió en la campaña 1981-82, pero unas dolencias cervicales le impidieron siquiera comenzar la temporada. Hasta en 3 ocasiones más dirigió al Atlético y en la temporada 1997-98 al Betis. También pasó por los banquillos de Espanyol, Barcelona, Sevilla, Valencia, Oviedo y Mallorca, además de la selección, con la que consiguió una Eurocopa en 2008.
En su recuerdo traemos hoy a Manquepierda este artículo publicado por el periodista Julián García Candau en el diario deportivo AS en marzo de 1996, y en el que se rememora su figura, sus orígenes en la cantera madridista y su difícil carácter.
Luis Aragonés fue la gran discrepancia que mantuvieron Santiago Bernabéu y Antonio Calderón, gerente del Madrid. A Calderón le gustaba Luis, pero al presidente no le convencía. Y de ello se arrepintió profundamente. Sobre todo cuando llegó al Metropolitano y empezó a triunfar. Para Bernabéu la pérdida de aquel chico del Plus Ultra fue, con el tiempo, una sombra sobre su consciencia de experto en descubrimientos.
Con el tiempo, el Real Madrid ha sido para Luis un permanente motivo de frustración. No volvió como jugador, y se vengó más de una vez por ello. Tampoco ha regresado como entrenador y también ello le ha dejado algún malestar. Su alma de profesional triunfador nunca ha renunciado a lo mejor.
Luis fue un maestro en el Atlético de Madrid. Desde el centro del campo imponía un modo de jugar que el entrenador de turno se adjudicaba. Luis manejaba la circulación del balón hacia el marco contrario y el tempo del contraataque. Fue uno de los primeros especialistas en el lanzamiento de los libres directos por encima de la barrera, pero el mejor de sus goles no lo pudo enmarcar. Se lo metió a Maier, en el estadio Heysel de Bruselas en la final de la Copa de Europa contra el Bayern Munich, pero a falta de 20 segundos Schwarzenbeck, un central tosco que vivía al amparo de la exquisitez de Beckenbauer, le marcó a Reina el gol del empate que dio paso a una segunda final en la que el Atlético se hundió en los aledaños de la gloria.
Luiz gozó en el Atlético de los títulos nacionales y casi en su debut como entrenador ganó una Copa Intercontinental. Luis hizo del Atlético su casa y durante años se olvidó de sus posibilidades madridistas. Convivió plácidamente con Vicente Calderón y hasta logró permanecer en el banquillo, más de los pronosticado, con Jesús Gil.
Llegó al Barcelona en el peor de los años del mandato de José Luis Núñez y aun equipo desmoralizado lo llevó a la conquista de la Copa del Rey, éxito que le garantizó en la víspera a su presidente.
La mano de Luis se notó en el Sevilla, al que dejó el año pasado clasificado para la Copa de la Uefa, y se está notando esta temporada en el Valencia, equipo que está representando una gran amenaza para el líder. Luis logra el rendimiento óptimo de todos los equipos que dirige y tiene siempre a su favor a las plantillas. Es el entrenador que antes de hablar con el jugador conversa con el hombre y antes de discutir técnicamente expone argumentos razonables.
Luis consigue siempre el respeto y el cariño de la plantilla y por ella es capaz de enfrentarse a quien sea. En los pleitos de los jugadores del Barcelona con la directiva estuvo junto a ellos porque sólo de ese modo pudo ganar la Copa. En los conflictos de Jesús Gil hizo lo propio. Nunca abandona al grupo humano con el que trabaja aunque ello ponga en peligro su contrato. Entre los profesionales y los directivos siempre sabe cuál es su bando.
Luis, conocido como el zapatones, que no es apodo peyorativo, y que nació por su manera de correr, pace hosco y en ocasiones se olvida de cualquier gesto simpático con tal de mostrarse cual es. Nunca engaña y hay que aceptarlo con su mejor lado y con sus aristas. Pero es hombre de gran rectitud en su trabajo, firme en sus convicciones humanas y deportivas y aunque pueda parecer huraño, cualquiera que lo conozca bien sabrá que es simpático, dicharachero y divertido. Pero tal vez estas virtudes sólo las exhibe en la intimidad. La sonrisa es su ángulo oculto. El banquillo tampoco es lugar para tomarse la vida a chacota.