El optimismo, razón y bandera de los seguidores béticos
Traemos hoy a este apartado una crónica publicada en el diario ABC el 14 de enero de 1958, referente al partido Jerez-Betis disputado dos días antes en el estadio Domecq, correspondiente a la jornada 17 del Campeonato de Liga de Segunda División.
El Betis era tercero en la clasificación, por detrás de Murcia y Cádiz, mientras que el Jerez era séptimo. El equipo verdiblanco, tras un mal comienzo liguero, había reaccionado y con su posición en la tabla parecía que podía alcanzar pronto los puestos de ascenso. El partido concluyó con empate a 0 y el Betis mantuvo sus posibilidades intactas, ante el fallo de los equipos que le precedían.
Pero lo más destacado y destacable del encuentro fue el masivo desplazamiento de seguidores béticos a la ciudad jerezana. A ellos, a su comportamiento y fidelidad, se le dedicó este escrito con el que se encabeza la crónica del partido.
Indudablemente vale la pena seguir al Betis en estos desplazamientos, en que la afición, que le lleva y que le trae entre gritos jubilosos y frases de admiración sin límites, marca el destino de un club, de una empresa o de un empeño cualquiera.
Nada puede conseguirse en ninguno de los aspectos que la existencia ofrece a quienes hemos de padecerla, si no se acometen sus problemas con absoluto sentido de la euforia, presintiendo siempre un final alegre que nos lleve, si no a un triunfo total, al menos a soluciones amables y positivas. Otra cosa sería condenarnos, si no al fracaso, a una situación de deprimente ostracismo.
Pues bien. Nosotros hemos tomado parte en la excursión bética del domingo a Jerez, entre esos miles de seguidores que mantienen siempre como bandera la razón de ser, confundida y aureolada por los colores blanco y verde.
Y a lo largo de la luminosa carretera que llega a la espléndida ciudad jerezana, nos hemos sentido intérprete feliz de una jornada que pregonaba a los cuatro vientos el resultado triunfal de un empeño llamado deportivo, como pudiera titularse guerrero, o de la consecución de las más altas y difíciles empresas nacionales.
Sin embargo, en medio de aquel incesante frenesí popular, se pretendía solamente el logro de que el Betis sumase algún punto que le diera facilidad en la opción al primer puesto clasificatorio de su grupo en la Liga.
Para eso, millares de aficionados, familias enteras, ocupando coches particulares, autocares, trenes y motocicletas, corriendo doscientos kilómetros, como si fueran dos mil, se ofrecían jubilosos para colaborar en el resultado positivo de su equipo, dándole ánimos en el encuentro que había de celebrar con el club representativo de la incomparable población jerezana.
Y allá fuimos nosotros también, confundidos en la entusiasta caravana bética, merced al ofrecimiento de don José Benítez, para quien el club blanquiverde no tiene secretos, y si los tuviera, los mantendría con su proverbial caballerosidad y dotes de magnífico deportista.
Sin embargo, antes de entrar en detalles del encuentro, muy someros, porque en realidad puede afirmarse que la contienda tuvo mayor brillantez en la asistencia de la afición bética y jerezana, hemos de exaltar que cuando un equipo cuenta con el número y la calidad de los seguidores del club de Heliópolis, no existen situaciones difíciles, y si se originan, con aumentar el ánimo al equipo y buscar soluciones rayanas en el entusiasmo prometedor de futuros espléndidos, en paz.
La lección que ofreció ayer la hinchada bética es muy digna de tenerse en cuenta y mucho más de practicarla en bien de un club o de cualquier otro empeño, por difícil que sea, porque toda iniciativa o gestión que no cuente con la confianza y el propósito decidido y optimista de verla triunfar, no puede alcanzar estimable signficación.
Y como culminación del brillante positivo logrado por el Betis, la triunfal vuelta a Sevilla, entre el alegre bullicio de esos miles de aficionados desplazados de la ciudad para alentar a su equipo, cuyo valor como gesto deportivo no tiene precio.
Sin embargo hubo alguien, el propio artífice del triunfo, el preparador Barrios, que, cuando fue alzado a hombros de la multitud entusiasta, al regreso de la comitiva, en plena carretera, pudo darse cuenta exacta de lo que significa para un club la asistencia de una afición decidida a mantener en alto sus colores, alegre y confiadamente, sin importarle el lugar ni la situación en que se halle. Es así como las derrotas son menos dolorosas y los triunfos más resonantes.