El espíritu del «Manque pierda»
El “manque pierda”, probablemente, sea miembro de honor del club selecto de vestigios de la lengua antigua que, a día de hoy, sigue utilizándose en la cotidianidad. Recuerdo la emotividad de mi abuelo, bético que presenció la gloria y el infierno de los treinta, cuarenta y cincuenta, al entonar un “Viva er Beti manque pierda”, allá por finales de los noventa, cuando mi edad se podía contar con los dedos de una mano.
Unos años más tarde, me explicó el fatigoso trámite de pasar del Campeonato de Liga, en la 1934/1935, a militar en Segunda y Tercera División, donde se forjó el espíritu del bético, mundialmente conocido a día de hoy. “A pesar de estar en Tercera, niño, el Betis conseguía a reunir al triple de personas que otros equipos de categorías superiores”, espetaba con ahínco. Me detallaba las condiciones tercermundistas del terreno de juego, allá por El Prado de San Sebastián, además de la ruralidad de todo el material deportivo. “Además, tanto que se habla acerca de Benito Villamarín o la desagradable gestión de Lopera, pocas palabras de agradecimiento caen hacia Manuel Ruiz Rodríguez”.
A partir de ese momento, logré adentrarme en el alma profunda de algo tan inmaterial, pero, a la vez, tan intenso, como es el Real Betis Balompié. Entendí el manque pierda como la incondicionalidad de nosotros, los béticos, propietarios sentimentales del club, casados con nuestros representantes en el césped, entregando su alma sobre este.
El manque pierda supuso el sacrificio de una masa más preocupada por unos colores, que por llevarse el pan a la boca. Sobre todo, la dificultad que ello conllevaba en una etapa de posguerra, caracterizada por el racionamiento de los alimentos primarios.
El manque pierda supuso la comunión del pueblo con los dirigentes, remando en la misma dirección. Sin confrontaciones económicas, sin promesas caídas en saco roto, ni eternos proyectos, principales reforzadores de la inquebrantable fe del bético.
El manque pierda fue, es y será la esperanza última de un sufridor desolado, en busca de un motivo para mirar hacia adelante en tiempos de nubes negras y derrotas tan humillantes como dolorosas.
El manque pierda no pudo verse reflejado en los once jugadores de verdiblanco, con calzonas negras, que saltaron al césped del Sánchez Pizjuán. Los futbolistas no representaron a un pueblo que los alentó sin prerrogativas, incluso cuando la situación se tornó tan dramática que invitaba a abandonar el asiento.
En definitiva, el manque pierda no es exclusivamente concerniente al sector de la afición. Es un triángulo que debe estar tan perfectamente trazado entre afición, directiva y jugadores, que, cuando un lado decae, la institución se debilita. Ni podemos permitirlo, ni pueden permitirlo. El manque pierda somos todos.
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Noticia por Antonio Fernández Ocaña
Nací una gélida noche de diciembre del 1993. Desde entonces, tuve claro que quería dedicarme al tan romántico como complicado oficio del periodismo deportivo. Estudio el Grado de Periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla. Por aquí, dicen que soy el encargado de la Sección de Cantera.