Al bético desconocido, de Santiago Montoto
En 1958 con ocasión del ascenso a Primera División, después de 15 años ausente, el periódico Sevilla sacó a la calle un número extraordinario dedicado a conmemorar el hecho.
Son numerosas las colaboraciones que aparecen en este extraordinario y que ya iremos trayendo por aquí. Hoy vamos a comenzar con la del escritor y articulista sevillano Santiago Montoto, que aceptó la invitación del director de Sevilla Fernando Ramos para colaborar en este número conmemorativo.
En su texto se precia de su solera bética «nunca aguada por los caprichosos vaivenes de la fortuna«, y relata su presencia al lado del club bético en su «largo recorrido por la calle de la Amargura«.
Y destaca como lo mejor del Betis a la afición y a su fe,» el aliento del seguidor, la informe pasión de la hinchada, la ilusión de días de gloria, en que cada bético se cree encarnado en los que pelean defendiendo los colores blanco y verde, todo esto no se mustia, ni pasa, ni se olvida; vivirá cual todo lo que es encarnación del espíritu de un pueblo».
Su propuesta de realizar un homenaje a la Hinchada Bética se plasmaría casi 50 años después en el Monumento a la Afición que, en la esquina de Gol Norte con Fondo, rinde homenaje Al Bético Desconocido.
Mi querido amigo don Fernando:
Me pide usted unas cuartillas dedicadas al Real Betis Balompié, con ocasión de su ascenso a la División de Honor. He hablado tanto del Betis, que sería enfadoso volver sobre el mismo tema. Pero, en fin, procuraré complacerle, ya que sería delito de lesa urbanidad no corresponder a su invitación, y los béticos, salvo contadas excepciones, estamos bien educados.
Todo cuanto yo pudiera decir en elogio del Betis, escrito está desde hace ya bastantes años en la páginas de la Prensa, donde en conversaciones con periodistas, así como con locutores de Radio, mostré bien a las claras mi solera bética, nunca aguada por los caprichosos vaivenes de la fortuna.
Presencié el nacimiento del Betis, me alegré con sus triunfos inigualables y vi con dolor su largo recorrido por la calle de la Amargura—léase Tercera División–; jamás dudé de su recuperación, y estuve siempre a su lado en aquellos tristes días en que tantos lo abandonaron y lo desconocieron, porque el glorioso club blanquiverde, gran señor en otros tiempos, había venido a menos, y ya es sabido “Que el rico que baja a pobre, con el frío es comparado, todos le huyen el cuerpo, no les peque un resfriado”.
Y yo, en tan críticas circunstancias, me pequé tanto al Betis que cogí una pulmonía. (Es verdad. En un partido de tanta agua que sólo quedamos una docena de espectadores en la tribuna).
Puede juzgarse, pues, de mi satisfacción y alegría al ver al Real Betis otra vez en la División de Honor.
Para mí lo mejor del Betis en su larga historia, ¡quién se acuerda ya de su cincuentenario¡, es su egregia hinchada: egregia, sí, porque está fuera de lo corriente. La afición bética ha triunfado por su fe, y es sabido que la fe es la sustancia de lo que se espera, y el Betis esperó en su triunfo. La fe de los béticos era un anhelo que traspasaba los confines del club, y el clamor por ver reconstruidos los muros del alcázar de su gloria encarnó en las entrañas de toda la ciudad, que ha seguido con una simpatía arrolladora al popular club, y a la hora del triunfo lo comparte como cosa propia. Porque el Betis conquistó a la opinión pública por su entusiasmo, por su constancia, por su desinterés, por su hombría, ya que ni en los momentos más difíciles de su historia un gesto de histerismo desdibujó su personalidad. Al Betis se le podría decir: “aquí murió Sansón con todos sus filisteos”, pero no lo que dijo su madre a Boabdil cuando perdió Granada: “Llora como mujer, lo que no has sabido defender como hombre”.
La afición bética, modelo de confraternidad y hasta pudiera decirse con atrevimiento religión laica, es el “alma mater” del club; sin ella el Betis sería un fósil olvidado. Los jugadores pasan como flor de un día; las Juntas directivas caen en el mayor de los olvidos; pero el aliento del seguidor, la informe pasión de la hinchada, la ilusión de días de gloria, en que cada bético se cree encarnado en los que pelean defendiendo los colores blanco y verde, todo esto no se mustia, ni pasa, ni se olvida; vivirá cual todo lo que es encarnación del espíritu de un pueblo.
Si yo fuese algo, que no lo soy ni en el Betis ni en parte alguna, me atrevería a proponer un homenaje a la Hinchada Bética. Nada, por supuesto, de folklore, nada de discursos, nada de banquetes populares. Una lápida de mármol verde de las sierras que riega el Guadalquivir, y en ella tres palabras en letras de oro: “Al Bético Desconocido”.
¿Qué más quiere que le diga?
Es muy de usted affmo, amigo y compañero en letras,
Santiago Montoto