Aquellos tiempos de los campos duros, de Pedro Escartín
Traemos hoy un artículo que Pedro Escartín, histórico árbitro de fútbol, publicó en el semanario deportivo Campeón en 1933.
En él se rememora la histórica pugna en los inicios de nuestro fútbol entre los partidarios de los campos blandos, aquellos que estaban dotados de una mullida capa de hierba, y los duros, en donde la tierra compacta era la superficie de juego.
Y también nos relata cómo en los años 30 el fútbol vasco, particularmente el vizcaíno, se convirtió en la cantera que nutría a infinidad de equipos españoles, dándose el caso del Gimnástico de Valencia que en 1933 no lo dudó y fichó un once al completo.
Eran los días de los campos blandos o duros y cuando se discutía ardientemente sobre la superioridad de un fútbol sobre otro. Por un lado valencianos, catalanes, madrileños y andaluces, y enfrente las gentes del Norte, que golpeaban el cuero sobre praderas, en vez de hacerlo en solares arenosos y desiguales, como ocurría en las restantes regiones. Entonces existía la graciosa denominación de jugadores de campo blando y duro.
“Imposible que la hierba dure en nuestras capitales”, decían los “secos”, mientras sus contrarios se esforzaban un año tras otro en demostrar lo contrario. Y, al fin, triunfaron.
Los años, y sobre todo el profesionalismo, han demostrado bien claramente que no es tanta la dificultad para convertir eriales en campos de fútbol. Ya no son posibles aquellos comentarios justificativos o de resultados, achacándolos a la blandura o a la dureza de los campos. Ahora se pierde o se gana, pero nada más.
En aquéllas épocas, juventud de los Zamora, Gamborena, Samitier y otros tantos, se llegó a tales y apasionadas porfías, que no hubo otro remedio que el de concertar un encuentro entre los vascos y sus contrarios, los hombres del terreno duro. Todo ello bajo el arbitraje paternal y comprensivo de Colina. ¿Campo? El Stadium Metropolitano, que tenía de todo. Calvas por un lado, corritos de hierba por otro. La cosa no podía estar más equilibrada, y de ello nos cuenta el propio Colina:
- Vencieron los jugadores de campo blando por uno a cero, logrado éste por Carmelo. Fue un partido muy bonito y en el que los dos hicieron alardes de buen juego.
- Luego se demostró…
- Porque en uno y otro lado faltaban hombres de categoría. Lo único que recuerdo es que Juanito Monjardín logró el empate, y al anularlo me llevé una bronca de padre y señor mío
De entonces acá, el fútbol vasco ha ensanchado en tal forma sus tentáculos, que es raro el equipo que no tiene dos , tres y hasta nueve hombres de la parte norteña. Hubo momentos en que Guipúzcoa fue la mejor cantera por producir un fútbol enérgico como el vizcaíno, pero más fino y eficaz. Ahora…
Vizcaya ha repartido con verdadera prodigalidad jugadores de talla internacional. El brío, la dureza y la resistencia se ven en estos momentos acompañados de un estilo preciso, práctico y poco complicado, sin que ya sea necesaria la inspiración de un Pichichi o el clásico brío para solucionar el pleito. Yo, que seguí paso a paso la evolución futbolística de los vizcaínos, pude darme cuenta mejor que nadie de la diferencia que hoy existe entre el fútbol de los Castaños y Ayarzas hasta el de Iraragorri y Chirri II.
Vizcaya está ahora de moda en cuanto a jugadores jóvenes. Hace ya varias temporadas “que se lleva” lo vizcaíno, y cada año los “patrones de pesca” de la Península se dedican a despoblar Bilbao y sus alrededores. Una vez son los Ciriaco y Quincoces ya hechos quienes marchan de la región, y otras, hombres casi desconocidos, que no tardan ni dos temporadas en hacerse famosos, como Soladrero.
Y esta es la causa de que el Gimnástico de Valencia dijera a finales de verano:
-Vamos a hacer equipo, ¿qué nos falta?
– Once nada más
Y un buen momento apareció por las tierras norteñas un enviado levantino, quien después de mirar día tras día, se llevó “nada más” que nueve jugadores, arrancados todos ellos de las categoría inferiores, de esa serie C de Vizcaya, filón inagotable del fútbol español y del que todos conservan una “astilla”. Campa, Olabarría, Núñez y otros desconocidos, al lado de los nombres ya veteranos de Hueso y Juan Ramón, y al frente de ellos Manolo Vidal, el guardameta que fue campeón de España y, que como Zamora, tiene sin duda el deseo de sobrevivir.
Esto no me negarán que es nuevo. Hasta la fecha, siempre hubo el club que contó dos, tres y hasta cuatro elementos, pero nueve… El Gimnástico ha batido, pues, un récord de confianza en el género y ha pagado no poco la novatada, porque los levantinos creyeron sin duda de buena fe que cuanto tuviera el marchamo de Vizcaya sería excelente. Y no ha sido así. Al lado de géneros buenos entraron también de floja calidad.
Este club es, sin duda, en España uno de los mayormente merecedores de la simpatía nacional. Es la entidad que pudiéramos llamar de “los tristes destinos”. Siempre pegado al lado del Valencia; lanzador de muchos y buenos jugadores, entre ellos Molina, el Gimnástico rozó la tabla de puntuaciones, pero nada más. Siempre surgían a última hora los imponderables y todo marchaba por el suelo.
Y este grupo de la ciudad del Turia es el más clásico representante del tipo medio del fútbol español, de esa clase que un año tras otro lucha contra todo y contra títulos, sin grandes medios económicos, y cuando los aficionados lo creen en trance de morir es cuando resurge otra vez con más potencia. ¡Esta es la historia de tantos y tantos clubs segundones¡
Hace unos meses creyeron en su hora y buscaron reunir un once a base de gente del Norte. Y cuando su empate con el Levante en campo de éste les hacía ver optimistas el porvenir, un club, el Burriana, a quien ni le va ni le viene la clasificación, es el encargado de tirarles sus ilusiones por el suelo…
Y ahora recordamos que esta misma entidad fue quién no hará muchos años construyó su terreno de juego en el cauce del Turia, aprovechando la sequía. ¿Broma? Exacto. Un directivo adinerado e inocente, dos hombres tortuosos y poco claros y doscientas cincuenta mil pesetas convertidas en un flamante Stadium del Turia, que se lleva la primera riada del invierno. ¡Negro sino el de estos gimnásticos¡
Fuente: Pedro Escartín en Campeón, 15 de octubre de 1933