Bala roja, de Luis de Diego
Guillermo Gorostiza está entre los mejores extremos en la historia del fútbol español. Formado en la prolífica cantera vasca de finales de los años 20 se inició profesionalmente en el Arenas de Guecho. Tras pasar por el Racing de Ferrol durante su periodo militar, en 1929 fichó por el Athletic de Bilbao, equipo con el que alcanzó la gloria en los años 30 formando parte de la primera delantera mítica del club bilbaíno: Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri y Gorostiza, alternándose en ocasiones con Unamuno, para conseguir 4 títulos de LIga y 4 de Copa antes de la guerra civil.
En 1940, ya con 31 años, fue traspasado al Valencia, donde vivió una segunda juventud. En la delantera eléctrica con Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza el Valencia ganó 2 Ligas y 1 Copa. En 1946 abandonó el equipo valencianista, pero no el fútbol jugando aún en el Baracaldo, Logroñés y Juventud de Trubia, donde se retiró con 41 años.
Su vida bohemia y con poco cuidado físico le pasó factura al final de su vida.
Ingresado en el Sanatorio de Tuberculosos de Bilbao falleció en 1966 con 57 años. Murió pobre, abandonado y alcoholizado.
En 1965, cuando se hizo pública su enfermedad, el periodista Luis de Diego le dedicó en Marca este sentido homenaje, el homenaje que 30 años después hacía al mítico Bala Roja de su infancia.
Bala Roja
Le llamaron así porque vestido con la camiseta de la selección nacional acreditó en diecinueve veces su condición de proyectil certero. También le llamaron—bueno, le llamábamos—“Goros”.
Su nombre de verdad era y sigue siendo Guillermo Gorostiza Paredes. El segundo apellido “me lo sé” porque un hermano suyo, Luis, fue compañero mío en la Escuela Naval Militar, por los años 40.
¿Cómo escribir de Bala Roja sin detenerse, siquiera unos instantes, en el nostálgico remanso de la niñez perdida? Le teníamos allá en la fecha de esta foto, por un héroe mitológico, acaso Aquiles, semidiós, el de los pies ligeros.
Con Orsi, el italiano singular, también extremo izquierdo en aquel tiempo, se llevaba el laurel de nuestra emocionada devoción.
¿Quién fue mejor de ambos? Habíamos leído en los periódicos que Gorostiza mordía, todavía promesa juvenil recién incorporada al Atlético de Bilbao; habíamos leído que mordía la valla de madera de San Mamés, de puras ansias de saltar al césped a resolver partidos empeñados.
Cuando le vimos por primera vez, ya titular de España, en una concentración de El Escorial, le hubiéramos pedido, mis hermanos y yo, que nos enseñara los dientes.
Recuerdo que Ciriaco, el gran defensa, montó en la bicicleta de uno de nuestro grupo para dar una vuelta por Terreros. “Te sigo y te paso”, le dijo Bala Roja medio en broma, agachándose en actitud de corredor pedestre que se dispone a la salida. Y Ciriaco, como no podía ser de otra manera, a nuestro parecer, no quiso competir con Gorostiza.
Bala Roja tenía cuellos de luchador, y esa compacta agilidad no previsible que a veces dan los vascos de mediana estatura. Bala Roja era alegre, campechano, y ruidoso, como un chaval sobrado de tesoros vitales. Le vi jugar dos veces, las dos con el equipo nacional. Dominaba el balón, driblaba en seco, corría como un ciervo poderoso y disparaba con enorme fuerza. Pudiera suceder que le faltara una pizca del temple de Gaínza en la ocasión del centro sobre el marco. Pero su rapidez y audacia en las acciones compensaba con creces el defecto, por otra parte muy generalizado en el fútbol de entonces.
Hubo una página en una revista de la época, una portada, en que dos fotos estupendas, tomadas en un plazo de segundos, difundieron el estilo de “Goros” para hacerse con la pelota en un pase muy largo, a media altura: en el primer grabado, una rodilla, en plena carrera, hacía veces de bandeja; en el segundo, un par de metros más allá, el leve toque del empeine impulsaba el balón para ponerlo en condiciones de disparo.
El Bala Roja de esta fotografía, la que comento en 1965, fechada el 19 de junio de 1932, está chutando en el partido final de la Copa de España, jugada entre el Atlético de Bilbao y el Barcelona en el neutral y viejo Chamartín. Formaron el equipo bilbaíno: Blasco; Castellanos, Urquizu; Uribe, Muguerza, Roberto; Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri y Gorostiza. Y ganaron a los barcelonistas no sé por qué tanteo, quizás por 3 a 1. Bata, Sauto de apellido, precursor de Zarra, hizo un encuentro histórico. Chirri—Aguirrezabala—e Iraragorri, el Chato famosísimo, dieron un curso de infatigable sabiduría constructiva. “Goros”, en plenitud de sus portentosas facultades, trajo de coronilla al defensa derecho catalán, tal vez Zabalo, de calidad extraordinaria. Sin restarle méritos a Uribe, padre de otro excelente jugador del Bilbao, supongo que saldría en la final de sustituto de Cilaurren, el fabuloso medio ala, probablemente lesionado. Blasco, suplente de Zamora en un periodo en que teníamos cuatro ó cinco porteros de clase internacional—Nogués, del Barcelona era uno de ellos–, Lafuente, Muguerza, Castellanos, todos los del Atlético, se llevaron la admiración y simpatía de sus propios rivales.
Es que eran tiempos mejores no por pasados: tiempos de fútbol deportivo, sin tácticos “cerrojos”, con toma y daca de ataque sobre ataque. El aficionado no había descendido todavía a forofo. El equipo de enfrente era también equipo, y las figuras máximas—Regueiro, Lángara, Quincoces, Gorostiaza y Zamora desde luego–, lo eran aunque no militaran en las huestes de casa.
Hablando el otro día con Lucio del Alamo, maestro de periodistas y antiguo jugador de fútbol, supe que Gorostiza tiene problemas graves hoy y ahora. No trato de mover con estas líneas—mi información es incorrecta y por eso la toco con cuidado—ninguna clase de caridad tal vez innecesaria, o inoportuna, y por supuesto nunca solicitada, de eso estoy seguro; pero me gustaría que si es posible ayudar a Gorostiza, se le echara una mano. Partido a beneficio y en su honor, pongamos por ejemplo en San Mamés, donde él mordía la valla de puras ansias de saltar al césped de la “catedral”.
Escúchame, Guillermo: mi amistad con tu hermano Luis debe servirme de salvoconducto de derecha intención. Pero es que hay más que eso. Hay que fuiste, por la patria común, un esforzado y generoso luchador que supo darlo todo a su servicio. Tú, Gorostiza, “Goros”, Bala Roja, el de los pies ligeros
Fuente: Marca 9 de mayo de 1965