Más goles marca un nieto, de Antonio Hernández
Traemos hoy este pequeño relato publicado en AS el 18 de diciembre de 1993 del escritor arcense Antonio Hernández, bético de sobrada condición.
En él rememora una anécdota a cargo del escritor y periodista José María Requena, relacionada con un nieto suyo al que trataba de salvar de las «malas influencias» debido a la condición de sevillista de su padre. Una situación muy común entre dos aficiones que conviven entrelazadas en el día a día de la ciudad.
Como José María Requena no solamente es un prosista extraordinario, sino también un ser humano maravilloso, cuando voy a Sevilla lo asedio para que me cuente cosas de nuestro Betis.
Hace una semana estuve con él y me dijo que por aquellas tristes calendas en que la directiva del Benito Villamarín renovó el estadio con vista al mundial de España, la afición verdiblanca se tuvo que trasladar cariacontecida al Sánchez Pizjuán para ver a su equipo, pero que él se iba a Heliópolis a escuchar por la radio lo que acontecía en la trinchera enemiga de los palanganas.
Si marcaba el Betis, lo celebraba con bufanda al aire como si estuviera acompañado en el graderío solitario y silencioso. Y si le marcaban a su Betis, nadie podía averiguarle el sinsabor a punto de hacerse una lágrima redonda por los ojos.
Pero esta vez me ha sorprendido con que hay algo en esta vida que se puede querer más que al verdolaga: a un nieto, “porque un nieto es el regalo que Dios le hace al hombre al final de su existencia”.
Sólo por su nieto sería capaz de acallar el beticismo que lleva en el pecho tocándole a muerto y a gloria, como una campana caprichosa pintada a tiras verticales.
Y es que al hombre se lo está comiendo la desazón de que el niño crezca como su padre, sevillista, y teme que para engalanarle la infancia con su ternura de abuelo tenga que dirigir sus pasos por donde no quiso encaminarse cuando se realizaban las obras del Benito Villamarín.
Me dijo que estos Reyes va a ser una fecha decisiva para encauzar el futuro del niño por el Paseo de la Palmera, que es por donde los béticos hacen su Vía Crucis, en vez de por la calle Oriente, que por donde se vuelve mohíno de Nervión. Y que ya ha tramado con su mujer comprarle el equipamiento apropiado para que el chaval se arrime cuanto antes a la querencia de sus colores.
El refranero dice que “por tu hijo ni tu yerno, no te vayas al infierno”, pero la sabiduría popular no incluye en la conseja al nieto, que el que viene a devolvernos la niñez cuando está más lejana.
Yo le escuché a un sevillano que al padre hay que quererlo si es bético y soportarlo si nació, por desgracia, sevillista. Pero como los sevillistas lo digan a su favor, o los atléticos, o los del Barça, habrá que depositar toda esperanza de concordia en lo que los nietos digan.
Vale, pues, dos para que riñan y un tercero, el nieto, para que haga de árbitro en la disputa y la sangre de la familia no llegue al río, al Guadalquivir, al Manzanares o a otro cualquiera. De la misma manera que más cornadas da el hambre, más goles marca un nieto en el corazón de un hombre emocionado, lo que no es mala jugada contra forofismos.
Al fin y al cabo, lo del balón es un juego, sin más, por mucho que llegue a serlo peligroso. Y, por el contrario, el olor de un nieto viene del paraíso, mientras que lo del fútbol sólo de Inglaterra. No hay color, como dice Requena, aunque sepamos de sobra cuáles son los suyos.