¿Milan o Milán?, de Luis Manuel Duyos
Sobre el lenguaje pedante y exclusivo que en algunas ocasiones se utiliza en los medios de comunicación trata el artículo que hoy traemos. Publicado en septiembre de 1993 el escritor y periodista Luis Manuel Duyos se centraba en el caso de la pronunciación del club italiano A.C. Milan, que por aquellos años comenzó a ser pronunciado de forma incorrecta, pero que hoy es ya cosa común.
Hace algún tiempo, un prestigioso diario de difusión nacional puso de moda escribir Milan, así, sin acento en la “a”, al referirse a uno de los equipos de la ciudad de Milán. Su Libro de Estilo argumentaba que debía adoptarse esta grafía, que es la inglesa, en vez de la española, Milán, o la italiana, Milano, porque los fundadores del club eran británicos y le habían dado ese nombre.
El razonamiento sería aceptable si ese mismo criterio se hubiese mantenido a la hora de referirse a los restantes equipos de fútbol extranjeros. Pero no es así. Los nombres de muchos clubes, sobre todo los correspondientes a ciudades con topónimos castellanizados, se citan traducidos al español, sin ningún purismo oficialista en cuanto a su “denominación de origen”. Torpedo de Moscú, Génova, Brujas, Colonia, Amberes, Estrella Roja de Belgrado, Nápoles, Oporto, Bayern de Munich, Olímpico de Marsella…
Esta chocante y exclusiva delicadeza con el club del señor Berlusconi está ya muy extendida en la profesión periodística, y ha propiciado que muchos medios audiovisuales cometan el error de prosodia de decir Milan, con acento tónico en la “i”. Han caído en el absurdo de pronunciar con las normas del castellano un nombre escrito en inglés, algo así como llamar “Cha-ques-pe-are” a William Shakespeare.
Y si se tiene en cuenta que Milan, dicho así, con el acento tónico en la “i”, no corresponde a la pronunciación inglesa ni a la italiana ni a la española, ¿en qué idioma lo citan tantos colegas de la radio y la televisión? No se sabe. Se puede argüir que los seguidores del Milán vocean el nombre de su equipo como palabra grave, Milan. De acuerdo. Pero entonces, ¿por qué se sigue sólo el criterio de la afición milanesa y no el de las restantes hinchadas?
El éxito entre la mayoría de los periodistas deportivos de esta absurda pronunciación se debe quizá a ese afán que tiene cada sector de la sociedad de diferenciarse claramente del resto, de formar casta aparte. Es una buena manera de indicarle al público que uno es un especialista, un “enterado”, un experto en la materia. Los economistas, por ejemplo, hablan de “fixing”, de “prima rate”, de “fidelizar el mercado”, de las “call” y de las “put” (que ya son ganas de ofender). Y emplean toda serie de subterfugios para no llamar a las cosas por su nombre, a base de circunloquios y eufemismos insoportablemente cursis: a los pobres les denominan “económicamente débiles”, al campo, “medio rural”, al despido, “flexibilización de la plantilla” o “regulación de empleo”, y a las basuras “residuos sólidos urbanos”.
Siguiendo esta línea del léxico amanerado y artificial, muchos burócratas, tecnócratas y periodistas especializados consideran malsonantes el nombre de determinadas profesiones y, con el propósito de dignificarlas, practican también la elegancia social del eufemismo florido. A este paso acabaremos catalogando a las prostitutas como “trabajadoras del fornicio remunerado”. No habrá servido de nada aquel memorable soneto del Cancionero de Amberes, en el que las coimas eran también “izas, rabizas y colipoterras, hurgamanderas y putarazanas”. La fiebre de un lenguaje selecto pretenciosamente especializado parece irrefrenable. Así pues, no lo dude, incorpore a su vocabulario un toque de distinción, sea diferente. No diga Milán; diga Milan.