Nuestra guerra fría particular, de Celestino Fernández
En mayo de 1963 Betis y Sevilla se cruzaron en la Copa por segundo año consecutivo. En los dieciseisavos de final eliminaron respectivamente a Las Palmas y Jaén en los partidos disputados el 28 de abril y el 5 de mayo. Según la costumbre de la época esa misma noche del domingo 5 de mayo se realizó el sorteo en la Federación, que deparó un enfrentamiento entre los dos rivales sevillanos, con ida en el Villamarín el 12 de mayo y vuelta en el Sánchez Pizjuán el 19.
Toda una oportunidad para la revancha tras la eliminatoria del año anterior, donde el Sevilla se impuso en los octavos de final.
Al día siguiente del sorteo, el 7 de mayo, el periodista Celestino Fernández Ortiz, en su columna particular en el diario Sevilla, escribía sobre lo que para la ciudad y las dos aficiones suponía este nuevo enfrentamiento copero. Era la guerra fría particular, en una época en la que el conflicto larvado entre los dos bloques en que se dividía el mundo, el occidental liderado por los Estados Unidos y el oriental por la Unión Soviética, era así denominado.
En esta ocasión sería el Betis el vencedor de la eliminatoria, con una victoria 2-1 en Heliópolis y un empate a 1 en Nervión.
Se ha dicho que la naturaleza imita al arte. Ahora puede afirmarse que el azar, que es uno de los ingredientes más misteriosos de la naturaleza, imita la imaginación de los aficionados a la pelota. Lo decimos después que durante dos años consecutivos el Betis y el Sevilla, por azar, porque suponemos que no hacen trampas en la Federación, tienen que enfrentarse en los llamados octavos de final de la Copa del Generalísimo.
Al azar, por lo visto, le gustan también los platos fuertes y se complace en poner a una ciudad en tensión y en llevar la vieja polémica, adormecida con la terminación de la Liga, entre sevillistas y béticos al rojo vivo.
Nos esperan hasta que se jueguen los dos partidos y se decida cuál es el mejor, dos semanas de ole. Mejor dicho, tres semanas, porque este tipo de contiendas tienen el “antes”, el “en” y el “después”. Una semana para vaticinar sin prudencia, mientras se celebra el primer partido; otra semana para vaticinar, ya con prudencia a la vista del primer resultado, y otra semana para que los vencedores se ensañen con los vencidos y aprovechen el botín moral que su victoria representa.
Desde que en la misma noche del domingo, tras los partidos, porque la Federación procede con el criterio del llanto con el difunto, estamos en tensión, en régimen de apuestas, bajo el diluvio de los pronósticos y de las alegrías de unos y otros.
“¡Qué mala suerte tiene el Sevilla¡” dicen los béticos. “¡Qué desgraciado es el Betis¡”, dicen los sevillistas. Ya no se habla en la ciudad del desarme atómico, ni del conflicto de Haití ni de las elecciones italianas, ni del encarecimiento de la vida, ni de la reactivación económica, ni de los nuevos salarios, ni de los convenios colectivos, ni del Ayuntamiento… En una tertulia a la que asistimos anoche, un señor intentó hablar del alcohol metílico, ese moderno licor de la muerte española, y no logró que nadie le siguiera.
– Pero hombre, ¿se preocupa usted por eso, con lo que nos espera el domingo?, le replicó uno
Tenemos entendido que en la Federación se emplea un pequeño sistema de lotería para señalar este partido de la Copa. Pues bien; he aquí que un simple golpe de bombo y una bolita han servido para poner una ciudad a punto de guerra fría. Cosa de la que, en cierto modo nos alegramos, porque, pasada ya la Feria, empezábamos a aburrirnos como ostras y casi no teníamos nada que hacer. En el fondo, toda la humanidad tiene algo de aquel caballero que confesaba honradamente:
– Yo, si no me peleo, no me divierto
Por otro lado cualquiera que sea el vencido entre los dos clubs sevillanos, en esta etapa de la Copa, desde el punto de vista de la afición en general, vamos ganando. Uno de los dos equipos sevillanos pasará a los cuartos de final. Nos hemos librado de un terrible peligro: el de no pasar ninguno. Algo es algo.