Trajano y el bético, de Félix Machuca.
El articulista y escritor Félix Machuca ha escrito algunas novelas históricas interesantes basadas en la Roma imperial. Es además hombre de reconocida filiación sevillista.
En agosto de 2009 publicó este artículo en ABC basado en una visita suya a Roma, donde cuando admiraba la Columna Trajana se encontró con un conocido hostelero sevillano de filiación verdiblanca, quien posaba con otro bético ante el monumento mandado erigir por el emperador Trajano para conmemorar su victoria sobre los dacios. Ya se conoce la ubicuidad legendaria de los aficionaos béticos, por lo que no había lugar para la sorpresa…
A pesar de que las piedras de las basílicas sudan y los autobuses huelen a grajo, Roma está para comérsela. Enterita. De arriba abajo. Como si fuera un plato bien repleto de espaguetis con frutos del mar de casa Agripa. Pese al bochorno del calor africano de estos días, la bellísima capital del antiguo imperio, no echa de menos a nadie y desde la Plaza de Venecia a la de España, la gente se multiplica como si en los carteles del Circo Máximo se anunciara el inicio de unos juegos hípicos con jinetes sirios, dacios, hispanos y galos. Hay gente para cualquier cosa. Gente de fuera, gente de un continente y del otro. Una multiplicidad étnica que se esparrama por la ciudad como cuando pisas un hormiguero. Gente que viene a venerar las glorias del pasado y a ponerse de piedras peor que se ha puesto Joaquín Moeckel estos días pasados. Gente de oriente y de occidente. Del Norte y del Sur. Blancos, negros, amarillos y entreveraos. Gentes ávidas de conocer la casa de gladiadores o de perderse por la vía Condotti para mirar (comprar es otro asunto) los escaparates de Gucci, Prada, Louis Vutton, Valentino y La Perla, este último con modelos de ropa interior de señora tan excitantes que dejan a la viagra a la altura de las pastillas Juanola.
En este escenario, descomunal en su belleza, sorprendente en cada color de fachada, rumoroso en cada plaza con fuentes de tritones, popular en las voces de los romanos y las romanas, uno decide ir a saludar y mostrarle su más incondicional respeto a Trajano. A la vera de la Plaza de Venecia tenemos la columna trajana, el foro y el gran mercado que construyó nuestro paisano a mayor gloria de su hoja de servicio. Se adelantó dos mil años a Harrods. Y levantó para Roma y para sus miles y miles de visitantes del Imperio los primeros grandes almacenes de la Historia. Y allí me planté. Intentando ver en la columna trajana una especie de crónica periodística militar en mármol como firmada por Manu Leguineche. E intenté imaginarme el foro en su apogeo, con un revuelo de chismes, tratos, habladurías y citas picantes. Y cuando más metido y perdido estaba en tales remontes veo, allá al fondo, frente a la columna, a un venerable hostelero del barrio de Santa Cruz. Un bético dolido por la segunda marcha del coche en el que viaja su equipo del alma que Lopera ni vende ni arrienda. Me apresuro a saludarle. Y en la distancia intuyo que se está haciendo una fotografía con un tipo vestido enteramente del Betis.
No me fío de mi vista. Que está cansada con lo que ve de cerca y con lo que intenta ver de lejos. Y me digo que no puede ser. Que don Antonio Castro, rey de reyes de Santa Cruz con cetro ibérico de jamón serrano, no es el que se hace la fotografía al lado del tipo que pasea por Roma vestido como Emaná, pero con la piel mucho más lechosa. ¿Es o no es? Efectivamente, a no menos de diez metros de distancia me aseguro de que mis ojos no me engañan y que Antonio Castro, bético desde antes que Juan Carlos Andújar entrara en la Sevillana, se está haciendo una foto con un tipo vestido del Betis, con acento sevillano del barrio de Triana. La foto tiene de fondo la columna trajana. Pero el bético que posa con el dueño de Casa Román dice convencido:
- Lo que tiene que salir es el escudo de la camiseta, la columna me importa un cara…
Jo con la militancia. Ante uno de los emperadores más grandes de Roma, uno de Triana y asiduo de Heliópolis le dice a quien lo fotografía que lo importante es que salga bien el escudo y que para columnas ya tiene bastantes con las del Marca. A más de doscientos kilómetros al sur de Roma, en el museo arqueológico nacional de Nápoles, el potente busto de Trajano allí depositado parece dibujar una leve sonrisa en su boca. Como pensando: estos paisanos míos siguen igual dos mil años después. Y lo que queda, César mío, y lo que queda…