«…y una estampa de Gordillo», de Alejandro Delmás
El 24 de febrero de 1994 Rafael Gordillo cumplió 37 años, y lo hizo en activo como jugador del Real Betis Balompié. El día antes disputó un partido de Liga frente al Atlético Marbella en el Villamarín en el que marcó 2 goles y fue, una vez más, el gran motor de un equipo que, pese a la victoria de ese día por 5-2, estaba sumergido en una crisis futbolística de juego.
Solo 3 semanas antes el Betis había dado la sorpresa eliminando de la Copa al Barcelona de Johan Cruyff, pero en la Liga los resultados no terminaban de enganchar y el equipo se mantenía fuera de los 2 puestos de ascenso directo y también de los 2 que permitían jugar la promoción a Primera División.
Rafael Gordillo, a sus 37 años, era el espíritu del equipo que, entrenado por Serge Kresic, deambulaba por la Segunda División. A los pocos días sería cesado, y con la llegada de Lorenzo Serra al banquillo el equipo entraría en una senda de triunfos que permitiría el ascenso.
El corresponsal de AS en Sevilla Alejandro Delmás glosó en esta artículo a Rafael Gordillo, y lo que representaba en ese Betis.
El Documento Nacional de Identidad con número 28.564.330 pertenece, si se analiza con alguna perspicacia, a alguien nacido en 1957, pero ni uno solo de los hombres nacidos en España en ese año han conseguido lo que el dueño de ese DNI: modificar la letra de una sevillana que hablaba de «un tambor y una estampa del Rocío», y cambiar, en Sevilla y en Andalucía esto es casi sacrilegio, la palabra «Rocío» por «Gordillo».
«Tengo en mi casa un balón, y una estampa de Gordillo», cantaban las legiones béticas que recibieron a su equipo después de eliminar al Barcelona, ¿les suena esto de algo?, de la Copa del Rey de 1985, en los cuartos de final. Entonces, un Gordillo en la plenitud de su juego se convirtió en azote de azulgranas haciendo un par de goles a Urruti, en la ida y en la vuelta, que pusieron al mismo José Rodríguez de la Borbolla, presidente de la Junta de Andalucía, al borde del despiporre emocional, y hay pruebas gráficas de esto.
Definitivamente, Gordillo es un símbolo, lo quiera él o no, y lo es, curiosamente, cuando su estilo futbolístico no representa el pellizco artístico verdiblanco con la exactitud o el temple de los regates de Luis Del Sol o Rogelio, o con aquella clase increíble del trianero Joaquín Sierra, Quino. Pero hay algo en su carrera que le identifica con el quejío de la tierra, con el desarraigo fatalista y aventurero de una afición a la que, ocasionalmente y con acierto, se ha comparado a una secta.
Las carreras desaforadas de Gordillo, banda izquierda arriba, medias caídas, cuerpo a punto de desencuadernarse, han prendido siempre en los corazones béticos con la mecha del reconocimiento, del mismo devenir de este singular equipo por los caminos del fútbol español. En Gordillo hay tanta agonía como en el mismo Betis. No es Curro Romero, evidentemente, pero sí suena como la voz perdida del bético que sufre silenciosamente en la grada o en la radio, escuchando a Juan Tribuna o a Sánchez Araujo, que espera y jamás desespera, porque sabe que, un año arriba o abajo, qué más da, su equipo volverá a servirle en bandeja la cabeza de un Milán, de un Barcelona, o de un triunfo gigantesco en la guarida del eterno rival, como aquel 2-4 (Luis Del Sol…) de 1958, o el 1-2 del Ciudad de Sevilla de 1980.
Gordillo es el niño que crece en el Polígono de San Pablo, el emigrante que ha de marcharse a Madrid, después de que su tierra no le pueda dar lo que merece, y el espíritu del Betis es un corazón que, puesto en el atletismo, hubiese generado un campeón olímpico. Es, como tantas otras cosas, el «Detente, Bala», o la medalla rociera que el bético opone al sevillista con un argumento definitivo: «Ser bético es así de difícil, bético no es cualquiera».
Ser bético es un hilo que, viniendo desde el Porvenir, campo del Patronato, Liga del 35, pasa por la Palmera, los tanques en el Villamarín, conecta con la Tercera División y las vacas de rifa, con Del Sol y la gesta inaugural del Sánchez Pizjuán, con Manuel Ruiz y Benito Villamarín, con un Carranza histórico, con descensos y amarguras, con Rogelio, Quino, Cardeñosa, y la Copa del Rey.
El DNI 28.564.330 sabe que hoy él representa todo eso. Y eso representa tanto…
Fuente: Alejandro Delmás en AS 25 de febrero de 1994