El desastre de Sarriá
La historia del Real Club Deportivo Español de Barcelona, segundo rival en casa del Real Betis Balompié, es rica en anécdotas como corresponde a una institución tan clásica como señera. El equipo periquito formó un binomio indisociable con su Estadio más longevo y, juntos, crecieron hasta llegar a lo que es hoy en día la entidad blanquiazul. Desde el 18 de febrero de 1923 hasta el 21 de junio de 1997, Sarriá fue la casa de uno de los diez primeros en el ranking de la Liga.
En su inauguración, el titular venció por 4 a 1 a la U. E. Sants. Hizo el primer tanto Vicente Tonijuan. En su clausura, la víctima fue el Valencia que cayó por un apretado 3 a 2, con un último gol de los locales obra de José Cobos que, no obstante, no significó el ulterior del recinto. Ese lo anotó Iván Campo.

Estadio de Sarriá – Fuente: FuerzaPerica.com
Sarriá fue escenario de partidos de Primera (Prats anotó el primer gol de la Liga allí) y Segunda División, de una Final de Copa de la España Libre, de otra de UEFA cuando esta se disputaba a doble partido, de choques de los Juegos Olímpicos de 1992 y de contiendas del Mundial de la década anterior.
En el único Mundial disputado en nuestro país, a este Estadio tristemente desaparecido, le correspondió el honor de albergar tres peleas de nivel: Italia- Argentina, con victoria azurri por la mínima (2-1). Argentina- Brasil, con derrota de los Maradona y compañía por 1-3 y el célebre Italia- Brasil conocido como titulamos este artículo.
El día 5 de julio de 1982, cuarenta y cuatro mil espectadores iban a presenciar la exhibición de una Selección, la transalpina, que comenzó a caminar hacia su tercera estrella. Un israelí, Abraham Klein, sería el encargado de impartir justicia. Pronto iba a abrirse el marcador. A los cinco minutos Paolo Rossi, futbolista que terminaría siendo Pichichi de la cita, puso a los de la bota por delante. Sócrates, en el doce, reestablecería las tablas pero apenas trece después, el juventino haría el segundo de su equipo y de su cuenta particular.
Con un sorprendente dos uno se llegaba al descanso. Brasil había sido mejor. Su fútbol samba, ese que enamoraba a la afición y que los señalaba como claros candidatos al título, no tenía recompensa. La segunda parte se inició exactamente como terminó la primera. La verdeamarilla dominaba pero era incapaz de batir a Zoff. A los sesenta y ocho minutos Falcao, nada que ver con el hoy atlético, empataba. La justicia llegaba a las tablas.
Entonces sucedió lo impensable. Italia tocó a rebato y la locura de sus tifosi bajó de las gradas a la hierba. Los de Bearzot, virtualmente eliminados, se lanzaron al ataque. Paolo Rossi, alto y desgarbado, iba a completar su obra maestra con un hat trick. Quedaba un cuarto de hora y nada iba a cambiar. Brasil, la del jogo bonito, la del Pelé blanco, Zico, la de la torcida más ruidosa, la máxima favorita, se iba a su casa.
La cuarta estrella tendría que esperar nada menos que doce años. Unos días más tarde, los italianos completarían su hazaña en el Santiago Bernabéu venciendo a la República Federal Alemana en la Final.
Italia, con un Sandro Pertini celebrando en el palco como un hincha más junto a S.M. El Rey, se llevaba el Mundial: el Mundial de Brasil.
José Miguel Navarro Barrera