Aquino, antídoto para nostálgicos, de Francisco Correal
El 5 de septiembre de 1993 debutaba en partido oficial con el Real Betis Balompié el delantero argentino Daniel Toribio Aquino. Lo hacía frente a su antiguo equipo, el Mérida, en la jornada inaugural del Campeonato de Liga de Segunda División en el Villamarín.
Aquino, con 19 goles, había sido el Pichichi de la categoría, lo que le convirtió en objetivo prioritario para el Betis de la temporada 1993-94 para reforzar la delantera verdiblanca. La recomendación expresa del entrenador Sergio Kresic y la negociación de la secretaría técnica dirigida por Eusebio Ríos validaron el traspaso desde el equipo emeritense a cambio de 40 millones de pesetas.
Aquino triunfó en el Betis esa temporada. Volvió a ser el Pichichi de la categoría, ahora con 26 goles, y contribuyó de forma decisiva al ascenso a Primera División esa temporada.
Sus maneras convencieron desde ese primer día, su lucha y entrega, su técnica y su buen disparo, y también su pillería, le sirvieron desde ese primer partido para ganarse el reconocimiento de la afición bética.
En el primer partido ya dio claramente muestras de ello, desde un gol invalidad por hacerlo con la mano en los compases iniciales del encuentro hasta el gol de listo conseguido en el minuto 13, cuando luchando por un balón perdido fue objeto de falta por parte del guardameta extremeño en la línea de gol, cerca del banderín de córner. Mientras que el portero Leal se dedicaba a protestar al árbitro, el valenciano Miró Pastor, Aquino lanzó directamente a puerta con efecto, haciendo el primer tanto de la tarde. Y en el minuto 44 daría el pase a su compañero Kasumov para que éste elevase el balón por encima del guardameta en su salida, marcando así el segundo tanto.
Al día siguiente, en su sección Marcaje al Hombre, el periodista Francisco Correal le dedicaba este artículo al Toro Aquino, desde las páginas de Diario 16 Andalucía.
Su primera aportación fue la de la mano de Dios, una extremidad que parece patrimonio exclusivo de los futbolistas argentinos desde que le birló la cartera a Peter Shilton en el Mundial de México. El centro, medido como todos los suyos, era de Rafael Gordillo; la mano, disfrazada de pecho, era de Daniel Toribio Aquino, el nuevo refuerzo ofensivo del Real Betis Balompié. El ariete no consiguió engañar al colegiado.
Debutaba Aquino con el Betis frente a su anterior equipo, con el que consiguió alzarse con el Pichichi de la categoría. Mérito más que considerable tratándose de un equipo discreto, endeble, históricamente irrelevante. De lo que puede dar de sí en un equipo mejor tratado por la historia, ofreció un amplio repertorio.
Por lo pronto, consiguió el primer gol de la temporada en el Villamarín, le dio a Kasumov el segundo y encandiló a la afición con intervenciones puntuales.
Cuando Leal, el cancerbero emeritense, envió el balón fuera para que atendieran a Aquino, ya se presagiaba la aciaga tarde del guardameta. No valen cortesías con los depredadores; no hay nostalgia posible en quien vive más pendiente de la maleta que de la patria.
Aquino no sólo no le devolvió el favor al guardameta, sino que aprovechó la ingenuidad del meta para lograr uno de esos goles que la afición recordará con los años. No había transcurrido un cuarto de hora de partido: un balón sin argumentos llegaba dócilmente al área rival; Aquino fue en su búsqueda, evitó que saliera y, en su forcejeo con el portero, nadie en la grada sabía si el colegiado “marcaría” falta del portero, del ariete o saque de puerta. Aquino, que nunca es duda para el domingo, aprovechó ese compás dubitativo para conseguir un gol de auténtica picardía geométrica.
Su ardid recordó la pelea de Simeone en la jugada que precedió al primer gol argentino frente a México en la final de la Copa América, con la diferencia de que Aquino hizo de Simeone y de Battistuta. El portero no sabía si aplaudir o echarse a llorar. La temible izquierda de Aquino se había hecho notar unos minutos antes, en el lanzamiento de tres saques de esquina consecutivos. “Son casi goles”, comentaba un aficionado. El gol desquició por completo a un portero que vestía una indumentaria que parecía un sin título de Guillermo Paneque: intimidado por la pericia de Aquino, inició un concierto de despropósitos al que puso fin el árbitro expulsándolo cuando atrapó a un Cuéllar que se colaba en solitario.
Con Aquino llegan a la delantera verdiblanca unas maneras ausentes cuando esa línea se había convertido en una asexuada trinchera de francotiradores sin tino y sin alma. Llegan con él la fantasía y una noble competencia por ganarse el puesto; a sus méritos propios hay que añadirle los ajenos de zamarrear anímicamente al azerbaiyano Kasumov y sacarlo de su soponcio.
Su rendimiento disminuye cuando se recrea en demasía en la suerte y cuando no le buscan sus compañeros. En la línea del discurso de Sergio Kresic, valedor de su fichaje, si el Betis apuesta por las individualidades, la aportación de Aquino será esporádica, voluntarista; si lo hace por el juego de equipo, los efectos de esa presencia pueden ser letales.
Se peleó con toda la defensa extremeña, los amigos de hoy son adversarios mañana, pero el árbitro no le hizo beneficiario de una de las numerosas faltas que le cometieron hasta el minuto 39. Tan arbitrarios criterios no mermaron sus facultades: Aquino dispara y después pregunta; resuelve y después se lamenta.
En la primera parte, Aquino practicó a rajatabla el “pressing” sobre los zagueros contrarios, consciente de que el error ajeno es el origen de buena parte de los aciertos; aprovecha todas las sobras del banquete: los pases al portero, las cavilaciones del defensa, incluso el balonazo que dejó tendido en el césped a Alexis y que devolvió el esférico a los dominios de ese auténtico killer del borceguí.