Cronología de una debacle, de Luis Carlos Peris
El 7 de mayo de 1978 es una de las fechas trágicas en la historia del Real Betis Balompié. Ese día, ni un año había pasado siquiera desde la consecución de la Copa el 25 de junio de 1977, el Betis se fue a Segunda División, al no depender exclusivamente de sí mismo en la última jornada de Liga. A pesar de vencer 1-0 a la Real Sociedad, como ya vimos aquí, el descenso se consumó ante el empate entre Hércules y Burgos que salvaba a los dos equipos en perjuicio de los verdiblancos.
Dos días después de la tragedia en las páginas de Suroeste el periodista Luis Carlos Peris rememoraba las horas previas y posteriores al fatal desenlace desde las entrañas del Villamarín.
Sin saber lo que iba a pasar decidí, al alimón con Manolo Ruesga, vivir tan de cerca como lo hicieran los protagonistas, la salvación o el descenso del que hasta hace muy poquito tiempo fue campeón de la primera Copa del Rey.
Alrededor de las tres de la tarde llegamos al María Luisa Park. Hacía como un cuarto de hora que Rafa Iriondo había agrupado a su alrededor a todos los jugadores. Eran momentos de ilusionada esperanza y el partido con la Real se estaba estudiando a fondo. Hasta el último centímetro cuadrado de la cancha tenía su ocupante. Nada se dejaba a la improvisación. Diez minutos después de las tres la charla teórica se daba por terminada.
“Saldrá Del Pozo con el siete. Tiene mejor ambiente que García Soriano y no es día de andar contra corriente”. Es Iriondo, totalmente emocionado y casi sin salirle la voz del cuerpo. Muy cerca su señora, siempre sonriente, pone contrapunto al estado de ánimo del vasco.
El doctor Rodríguez del Valle se marcha a almorzar e invita al doctor Benavides. Este se niega en redondo: “Imposible. No me entraría nada. Vaya usted solo”.
Son las tres y veinte de este domingo de mayo en Sevilla y los jugadores enfilan camino de Heliópolis en sus coches. Cuando llegan al escenario ya hay gente con banderas que esperan a sus ídolos en las mismísimas puertas del estadio.
Entro en las instalaciones con Luis Arnáiz, enviado especial de AS, con el entrañable amigo Fernández de Córdoba—vaya hueco que dejaste en nuestra redacción—y con Vicente Montiel.
Pasamos a las tripas del estadio y conversamos con Pablo Belloso. Un empleado le pide una insignia del Betis para un compromiso “¿Un escudito? Dos velas es lo que hace falta”. Pasadas las tres y media llega el árbitro. Él y sus jueces de línea dejan el equipaje en el vestuario y pasan a inspeccionar el terreno de juego. Le dicen a Belloso que todo está en orden y se encierran en su camarín hasta la hora del partido.
Cuando vuelve de la cancha Rafa Iriondo dice que la yerba está un poquitín alta y se enfrasca en una conversación con Irulegui y la delegación donostiarra.
Llegan hasta el vestuario de los verdes los federativos José Manuel Campos y Juan Del Nido. Éste último está convencido de que se ganará el partido, pero “cualquiera sabe lo que harán en Santander y Alicante”.
Son la cuatro y cuarto cuando entran en el vestuario arbitral Cortabarría, Irulegui y el delegado realista. Un minuto escaso dentro y en seguida los verdes. Cobo, Iriondo y Adolfo Palomino hacen la misma operación. Ya no ocurriría nada hasta la misma hora de saltar al campo.
Acababa de sonar el recado arbitral en la estancia de los verdes, cuando llegó Pepe Núñez. Pidió un balón y junto a él se apiñó con todos sus hombres en una especie de juramento ilusionado y emotivo. Los jugadores fueron saliendo y Rafa Iriondo los despedía uno a uno deseándoles suerte.
El resultado en el descanso no se había movido y en el antepalco Antonio Picchi con los nervios rotos de impotencia. Desde Alicante llegaban noticias de mascarada y el Racing iba ganando. En la grada, un hombre, normalmente imperturbable, al borde del infarto por culpa del transistor, Gerrie Muhren.
Termina el partido y me dirijo al antepalco. Aquello era un duelo, con un presidente y unos directivos deshechos. Los otros dos encuentros están dando las boqueadas. Cuando termina el último, Juan Guerrero, transistor al oído, dice un “ya”, que suena a muerte del ser querido.
Abajo, en la sala de prensa, se especula sobre la venida de Rafa Iriondo. El hombre cumplió con su obligación y dentro, en el vestuario, se rompería de los nervios junto a sus hombres. Anzarda era quien no se apartaba de su lado cuando el vasco lloraba como un hombre sin poder salirle palabra.
A las ocho y media salimos del estadio y todavía quedaban jugadores en el vestuario y gente fuera. Tres horas y media después de las cinco en punto de la tarde…