Cuéllar, del caviar a la ensaladilla rusa, de Francisco Correal
El periodista Francisco Correal dedicó su columna «Marcaje al hombre» a Angel Cuéllar en Diario 16 el 22 de febrero de 1993, el día posterior a que en el Villamarín se enfrentasen el Betis de Jorge D´Alessandro y el Lugo de Luis Rodríguez.
Un partido del Campeonato de Liga de Segunda División en el que impusieron los béticos por 1 a 0, con un penalti transformado por Gabino cuando sólo faltaban 7 minutos. Un Betis sórdido y espeso, con mal juego y que deambulaba por la sexta posición de la clasificación, alejado de su objetivo de ascender.
En este equipo de juego ramplón poco podía hacer Angel Cuéllar, quien durante estos años era la gran esperanza surgida de la cantera verdiblanca.
Hay una mano negra, por acudir a un eufemismo, que desbarata los buenos productos de la cantera verdiblanca. Quizás por eso está el Betis en Segunda y aparcó junto al paseo de la Palmera un autobús de Lugo, como lo hacen otros llegados de Badajoz, Palamó o Villarreal.
Angel Cuéllar parece el hombre llamado a romper ese maleficio. Pero ayer la mano negra volvió a revolotear el cielo de Heliópolis y el producto más cualificado de la factoría tardó ochenta y nueve minutos en hacer una jugada de auténtica calidad. Hasta entonces acumuló todas esas palabras que tanto le gustan a D´Alessandro: garra, corazón, esfuerzo, etc.
Le tocaba a Cuéllar hacer de Kobelev: el proyecto de caviar se quedó en ensaladilla rusa. Por lo pronto, sus tres primeros pases fueron errados: dos al contrario y otro a nadie.
El técnico lo ha convertido en especialista: es el encargado de las faltas y los saques de esquina. Teóricamente, ayer le correspondía el papel de creador, menester cuasi divino en el que se quedó siempre a mitad de camino, no consumando un par buenas combinaciones de Trifon Ivanov.
Formó una extraña alianza con Merino II, único jugador que recibí en franquicia sus pases. Si hubiera estado más diligente en el saque la falta, se podría haber evitado la expulsión de Kasumov, que diezmó la artillería bética.
El hombre que goleó por triplicado a N´Kono en la Nova Creu Alta anduvo escaso de iniciativas ofensivas. En los saques de esquina del rival se emparejaba con el negro Grimpon, cuya relación con el Ajax debe ser que jugaría en el equipo de operarios de la firma de limpieza. El más poderoso.
Cometió una falta absurda sobre José Ramón y mientras el lucense se recuperaba, Gordillo le hacía una serie de indicaciones gestuales como el que le explica a un turista en la Puerta de Jerez por dónde cae la calle Alemanes.
No fue un partido para lucirse. Frente a los paisanos de Adolfo Domínguez, hasta los exquisitos tienen que ponerse el traje de faena. Lo intentaba una y otra vez, pero no acababa de romper el cerco galaico. El Betis estaba sin brújula y Cuéllar era el que debía manejarla. El que la lleva la entiende.
En la segunda parte se entonó un poco, cedió de cabeza un peligroso balón a Gordillo y de sus pies salió el saque de esquina que terminó en tímido cabezazo de Ríos a las manos de Domínguez. Jugada irrelevante si no fuera porque, transcurridos sesenta y cuatro minutos, era la primera vez que el balón era dirigido por un jugador verdiblanco entre los tres palos.
Le hicieron tres faltas y una cuarta que el árbitro obvió aplicando en una zona mortal de necesidad la ley de la ventaja que era en realidad la ventaja de la ley mal aplicada pare el infractor. Con Gabino en el campo, entró más en juego. No saltaba en los balones aéreos, ignorando que hay enanos de la NBA que ganan el concurso de mates y que cuando un objeto sube, termina bajando.
A estas alturas de campeonato, llegan en el Betis malos tiempos para los buenos jugadores. Tan malos como los buenos tiempos para los tuercebotas. El imperativo categórico del Carrusel: “compañeros, minuto y resultado”. Lo demás sobra.